sábado, 25 de enero de 2014

Adiós al Gran Torino

Dicen quienes les vieron jugar que ha sido uno de los mejores equipos de fútbol de todos los tiempos. Pura magia; una máquina de ganar y golear en la década de los 40. Pero un accidente de avión acabó de golpe, en 1949, con Il Grande Torino. Aquí recordamos la historia y el trágico final de un equipo de leyenda que maravilló al planeta fútbol.

El partido amistoso se jugaba en homenaje a José Xico Ferreira, el eterno capitán del Benfica, quien había decidió colgar las botas. El rival elegido fue el Torino, considerado por aquel entonces el equipo más poderoso del mundo, una escuadra repleta de talento que no se hartaba de ganar títulos y coleccionar récords. Era el equipo maravilla; Il Grande Torino, como ya se le conocía. De vuelta de aquel encuentro en Lisboa, la tarde del 4 de mayo de 1949, el avión Fiat G212 CP que transportaba a los italianos se empotraba contra un muro de la parte posterior de la Basílica de Superga, en las inmediaciones de Turín.

Las crónicas de la época relatan que una gran tormenta azotaba la ciudad en el momento en que el avión iniciaba el descenso previo al aterrizaje; las nubes bajas, la escasa visibilidad y un error de navegación terminaron por conformar el escenario de la tragedia. El brutal impacto se cobró 31 víctimas mortales; 18 de ellas jugadores del equipo turinés, la plantilla prácticamente al completo. Además, encontraron la muerte en aquel avión cuatro directivos y entrenadores del club, tres de los mejores periodistas deportivos de la época, y la tripulación del avión al completo. No hubo supervivientes.

El único jugador del Torino que no viajaba en ese avión era el joven lateral izquierdo Sauro Tomá, un chico de 23 años recién fichado del modesto equipo La Spezia que estaba causando una grata impresión al entrenador, el inglés Leslie Lievesly. Debido a unas molestias en el menisco, Lievesly decidió que se quedara en Italia descansando y entrenándose en solitario, algo que no gustó al jugador; quería viajar con sus compañeros a Lisboa aunque no pudiera jugar. Se sintió muy decepcionado por quedar fuera de aquella convocatoria y tuvo que ser consolado por su esposa.

La escena se repetiría dos días después, pero esta vez no en la intimidad de su hogar, sino ante la multitud que despedía para siempre a sus compañeros. Sauro lloraba sin consuelo; aquellas molestias en la rodilla le habían salvado la vida pero el dolor por la tragedia le desgarraba el alma. En un funeral multitudinario, medio millón de personas colapsaron la Plaza principal de la ciudad para dar el último adiós a los campeones. En el mismo orden en que salían al campo en cada partido, fueron entrando los ataúdes de los jugadores a la catedral de Turín. La Tragedia de Superga acabó en un instante con uno de los equipos más grandes de todos los tiempos, y dejó conmocionada a la sociedad italiana y a todo el mundo del fútbol.


Un equipo casi imbatible

El Torino FC era lo más parecido a un equipo imbatible que había en la década de los 40, tiempo de posguerra en la vieja Europa. A base de goles, triunfos y buen fútbol, se hizo grande; Il Grande Torino, como se le llamaba, un equipo adelantado a su tiempo que practicaba el fútbol total. Logró cinco títulos de liga consecutivos, desde la temporada 1942-43 hasta la 48-49 (los campeonatos de 1943-44 y 1944-45 no se disputaron a causa de la Segunda Guerra Mundial) y estableció marcas de otra galaxia. Como los 125 goles anotados en el scudetto 1947-48 (en el que ganó 10-0 al Milán), los 471 goles marcados entre 1945 y 1949, o el récord de 93 partidos consecutivos sin perder. Además, de los once jugadores titulares de la selección azzurra diez pertenecían al club turinés.

La génesis de Il Grande Torino tiene un nombre propio, Ferrucio Novo, verdadero artífice de un equipo que se convertiría en leyenda. Tras ganar su primer scudetto en 1928, el club pasó toda la década de los 30 sin poder repetir éxitos, muy lejos, por juego y resultados, de los tres grandes del fútbol italiano de la época: Juventus, Inter de Milán y Bologna. Pero en 1939 Novo -ex jugador del Torino que había formado parte de aquella plantilla campeona-, accede a la presidencia y decide que es hora de armar un equipo ganador.

Los fichajes de Valentino Mazzola y Ezio Loik, ambos procedentes del Venezia, le darían el salto de calidad que necesitaba el equipo para luchar por un título de liga que volvería a conquistar en 1943. Tras un parón de dos años por la Segunda Guerra Mundial (durante los cuales Novo mantuvo a sus estrellas trabajando en la planta Fiat de su propiedad), llegarían más éxitos y se terminaría de configurar Il Grande Torino. Sus jugadores eran reconocidos y admirados en todo el mundo, convirtiéndose en el símbolo de la esperanza y regeneración de un país que se estaba levantando de las ruinas del fascismo. A ello contribuía además la forma de jugar del Torino, con un espectacular y arrollador fútbol de ataque, con tres defensas, tres delanteros y cuatro centrocampistas que siempre buscaban el gol.

El capitán y gran estrella de aquella escuadra era Valentino Mazzola, quien aunaba un magistral toque de balón a un físico portentoso. Pese a jugar de interior izquierdo, aseguraba entre 20 y 30 goles por temporada. Además, poseía un gran carisma y carácter ganador, lo que le convertía ante sus compañeros en todo un líder. Junto a él, magníficos jugadores como Aldo Ballarin, Franco Ossola, Eusebio Castigliano, los goleadores Ezio Loik y Guglielmo Gabetto, o el portero Valerio Bacigalupo, estaban llamados a seguir ganando títulos para el Torino, y a dejar para la historia récords imposibles. Pero el destino se interpuso en su camino aquella maldita tarde de mayo de 1949.


Corazón y alma del fútbol italiano

El Torino –líder destacado en el momento del accidente- fue proclamado campeón de la liga italiana, y los rivales con los que debía enfrentarse presentaron, en señal de luto y respeto, a sus jugadores juveniles, tal como se vio obligado a hacer el club turinés. Aquel fue, sin duda, el título más triste de la historia de este deporte. De un plumazo desaparecía el corazón y el alma del fútbol italiano; la selección azurra quedó fatalmente herida. La psicosis que se generó en el país por el accidente fue de tal magnitud que al año siguiente la selección italiana que viajó al Mundial de Brasil lo hizo en barco. Cansados, moralmente abatidos, y con el hándicap de haber perdido a sus mejores jugadores, Italia quedó eliminada en la primera fase de aquel Mundial.

En cuanto al Torino FC, nunca volvería a ser el mismo. Pronto perdió la categoría, que recuperaría diez años más tarde, y tardaría 27 años en proclamarse de nuevo campeón del scudetto, primer y único título de liga logrado por el club desde la trágica desaparición de Il Grande Torino. Fue en la temporada 1975-76, de la mano del insaciable goleador Paolino Pulici. Ocho años antes, también habían conquistado una Copa de Italia.

En el mismo lugar del siniestro se colocó una lápida que recuerda al mejor equipo que jamás haya tenido el Torino; un equipo que podía haber cambiado la historia del fútbol de no haberse producido aquel trágico accidente. Casi dos décadas después, Sandro Mazzola, hijo de Valentino -alma, capitán y estrella de aquel equipo de ensueño-, triunfaba en el Inter de Milán al lado de los españoles Luis Suárez y Joaquín Peiró, luciendo en su camiseta el mismo número 10 que llevara su padre. Y pese a haber superado ya ampliamente los 80, Sauro Tomá sigue sin faltar a su cita con los que un día fueron sus compañeros, cuya lápida situada en aquella colina de Superga sigue visitando, año tras año, en peregrinación.


1 comentario:

  1. Artículo maravilloso. Da gusto escuchar a gente que sabe de fútbol y no paletos forofos.

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