viernes, 16 de noviembre de 2012

El ángel que voló sobre el infierno

De niño vivió en una pequeña cabaña en un ambiente gélido, alimentándose a base de verduras y pescado seco, y siendo un adolescente tuvo que trabajar repartiendo mercancía para ganarse la vida. Así empezó a forjar una resistencia y espíritu inquebrantable que le llevarían a ser un mito del atletismo. Paavo Nurmi fue un adelantado a su tiempo en materia de entrenamiento y el máximo representante de una generación de atletas finlandeses que marcó época. Logró doce medallas olímpicas -nueve de oro- en la década de los 20, y siempre será recordado por aquel día en que, sobre el infierno de las calles de París, voló como un ángel.

Paavo Nurmi, el atleta insaciable, es uno de los grandes mitos del deporte olímpico; no en vano, acumula la friolera de doce medallas (nueve de oro) en los tres Juegos en los que participó (Amberes 1920, París 1924 y Ámsterdam 1928). De carácter frío y reservado, su forma de correr era impactante: seguro, implacable, sin aparentes síntomas de fatiga... Durante años fue un atleta casi invencible.

Fue en la capital francesa, en los Juegos Olímpicos de 1924, donde el finlandés volador asombrara al mundo entero logrando cinco medallas de oro en siete días. El 10 de julio, en el estadio de Colombes, firmó una de las grandes hazañas de la historia del atletismo, al vencer –en un margen de tiempo de apenas una hora- en las finales de 1.500 y 5.000 metros, con sendos récords olímpicos.

Pocos días después lograría otra victoria épica en la prueba de campo a través. Las condiciones climatológicos eran infernales (45ºC), lo que hizo que muchos atletas empezaran a desplomarse, abatidos por el calor y el agotamiento. Sin embargo, estas condiciones no afectaron a Nurmi, quien entró al estadio olímpico con paso firme y decidido. Tras él, el panorama era desolador: casi dos minutos después llegaba, completamente destrozado, su compatriota Ville Ritola; uno de los corredores llegó al estadio tan aturdido que se volvió en dirección contraria chocando contra un muro de hormigón; el español Andía Aguilar sufrió un golpe de calor y tuvo que ser trasladado al hospital… Sobre el infierno de aquel circuito, Nurmi voló como un ángel en una de sus victorias más recordadas.

Paavo Nurmi traspasa los límites de lo humano”, tituló entonces un periódico francés ante tamaña colección de medallas. “Todo reside en la mente –declararía poco después el campeón finlandés-. Los músculos no son más que piezas de un engranaje. Todo lo que soy es gracias a mi cabeza”. Destacaba por su gran resistencia, física y mental, y por su regularidad. Siempre le obsesionó llevar un ritmo constante durante toda la carrera hasta el punto de -en una época en la que no se recogían las marcas de cada vuelta- correr siempre con un reloj en su mano izquierda para controlar los tiempos que iba realizando. En este sentido fue un pionero, un adelantado a su tiempo.


Verduras y pescado seco
Su forma de ser (serio, reservado, distante…), le depararía numerosas críticas entre rivales, periodistas y fotógrafos de la época. Después de cada carrera, cumplía siempre con el mismo ritual. Mientras el público seguía aclamándole, sin corresponder a las felicitaciones de sus adversarios y sin mostrar la más mínima expresión de alegría o tristeza, se descalzaba, recogía su ropa y sus zapatillas y accedía a posar durante unos breves segundos para los fotógrafos. Después, se iba al vestuario sin que su rostro expresara el más mínimo sentimiento. Sin embargo, era admirado por los aficionados de todo el mundo por su forma de correr, y venerado en su país natal como no lo ha sido ningún otro atleta.

Paavo Nurmi nació el 13 de junio de 1897 en el pueblo pesquero de Turku, al suroeste de Finlandia, en el seno de una familia humilde. Su infancia transcurrió en una pequeña cabaña, donde se vio obligado a llevar una dieta basada en verduras y pescado seco, lo que unido a los fríos inviernos de la zona fue clave para dotarle de una resistencia extraordinaria. Desde muy joven tuvo que trabajar para ganarse la vida; tenía que repartir mercancías con una carretilla, subiendo la calle que llevaba a la estación de ferrocarril de Turku. Este ejercicio diario le ayudaría a desarrollar su potencia muscular.

Comenzó su actividad atlética siendo un adolescente, en las filas del club local Turun Toverit, aunque fue durante el periodo que estuvo cumpliendo el servicio militar (1919-20) cuando pudo entrenar con mayor intensidad. En 1920 se produce su explosión como atleta. Comenzó batiendo el récord nacional de los 3.000 metros, y poco después se clasificó para los Juegos Olímpicos de Amberes al correr los 5.000 metros en 15:00.5 y los 1.500 en 4:05.5 -grandes tiempos para la época-, en días consecutivos. En Amberes logró dos medallas de oro (10.000 metros y cross) y una de plata (5.000 metros), confirmando que era ya una de los grandes atletas mundiales de fondo.

Tras analizar su derrota antes el francés Joseph Guillemot en la final de los 5.000 metros, Nurmi llega a la conclusión de que la causa había sido una incorrecta elección del ritmo. A partir de entonces, lograr un ritmo de carrera más uniforme –con la inseparable ayuda de su cronómetro- pasó a ser una obsesión para él. Aunque prefería entrenar en entornos naturales, cuando se preparaba en la pista hacía distancias de entre 200 y 600 metros, por lo que se le puede considerar un precursor del entrenamiento fraccionado. Poco a poco, este trabajo fue dando sus frutos. En 1921 batiría en Estocolmo el record mundial de los 10.000 metros (30:40.2). Fue el primero de una larga serie que culminaría diez años después con su vigésima plusmarca mundial.


De dos en dos
1924 fue, sin duda, el año más espectacular de su carrera como atleta. Firma –entre otras hazañas- dos históricos dobletes en sendas jornadas. El 19 de junio, en Helsinki, y como parte de su preparación para los inminentes Juegos Olímpicos de París, batió los récords del mundo de 1.500 (3:52.6) y 5.000 metros (14:28.2) con tan solo una hora de descanso entre una carrera y otra.

Apenas 20 días después, en el estadio de Colombes (París) se enfrentaba a otro doble reto de considerables dimensiones. Conquista la medalla de oro olímpica en los 1.500 metros, “sans coup ferir” (“sin el menor esfuerzo”), como diría entonces un periodista francés. Tan sólo 42 minutos después tomaba la salida en la final del 5.000, en la que se enfrentaba a los únicos atletas que entonces podían hacerle sombra: Ville Ritola y el sueco Edwin Wide. Éste se descolgó a mitad de carrera, pero su compatriota -su gran rival a lo largo de toda su carrera deportiva- resistió bravamente hasta la última recta, donde Nurmi impuso su poderoso final. ¡Dos medallas de oro en apenas una hora con sendos récords olímpicos! El público jaleaba eufórico su forma de correr.

No acabó ahí su impresionante cosecha de oros en París, ya que además vence en 3.000 metros por equipos y en las pruebas de campo a través individual y por equipos. Incluso, según se cuenta, no le permitieron disputar la carrera de los 10.000 metros (que ganó Ritola), porque sus entrenadores pensaban que participaba en demasiadas pruebas, aunque también se postulaba como claro favorito a ese oro.

En aquella época su voracidad competitiva era impresionante. En 1925 viaja a los Estados Unidos con numerosas ofertas para competir. Al llegar, le advierten que los europeos nunca habían triunfado en las pistas de madera de aquel país. Poco le importó el aviso; insaciable y contundente como siempre, disputa 55 carreras en cinco meses con un balance de 53 victorias. Nurmi era todo un ídolo de masas que movilizaba en cada carrera a miles de personas deseosas de verle correr.


Los problemas del profesionalismo
En los años siguientes, el campeón finlandés se toma las cosas con más calma, dosificando su presencia en las competiciones, aunque no por ello mengua su impresionante porcentaje de victorias. Entre 1926 y 1931 sólo pierde cuatro carreras importantes, entre ellas las finales olímpicas de 3.000 y 5.000 metros en Ámsterdam 1928; en ambas logró el segundo puesto y la medalla de plata. Tras esa cita olímpica se convirtió en el deportista más laureado en los Juegos (nueve medallas de oro y tres de plata), distinción que mantendría durante más de tres décadas, hasta que la gimnasta rusa Larissa Latynina acumulara 18 medallas olímpicas entre 1956 y 1964. Después les superaría el nadador Michael Phelps.

Los años le empiezan a pesar a Nurmi, quien poco a poco nota que su cuerpo ya no responde como antaño. Sin embargo, en 1930 todavía es capaz de establecer dos nuevas plusmarcas mundiales (6 millas y 20 km), y otra más en 1931 (la de las 2 millas), que sería su último gran récord. Su deseo era poner el broche de oro a su carrera con una victoria en el maratón olímpico de Los Ángeles´ 1932. Sin embargo, unos días antes del inicio de los Juegos, el Comité Olímpico Internacional (COI) le prohíbe participar, acusándole de profesionalismo por el dinero cobrado en la gira que hizo por los Estados Unidos ¡siete años antes! Aquello supuso prácticamente el final de su carrera como atleta. Años después, el COI reconoció su error y le exculpó; como desagravio, fue recompensado siendo el último portador de la antorcha olímpica en Helsinki´1952.

Paavo Nurmi falleció el 2 de noviembre de 1973, y fue despedido en su país como el ídolo que siempre fue. Todavía en la actualidad, una estatua encargada por el Gobierno finlandés en 1924 y situada frente al Estadio Olímpico de Helsinki, recuerda la figura de uno de los más grandes atletas de todos los tiempos, el único capaz de lograr cinco medallas de oro en unos mismo Juegos Olímpicos. El finlandés volador siempre será un grande.


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