sábado, 26 de junio de 2010

Adidas-Puma: la guerra cainita de los Dassler

Adolf contra Rudolf, Adidas contra Puma… Dassler contra Dassler. La historia de estos dos gigantes de la industria del material deportivo es la historia de la lucha cainita entre dos hermanos que llevaron al límite su odio y una batalla comercial sin escrúpulos. Todo comenzó hace casi un siglo, en el lavadero de una casa de un pequeño pueblo alemán.


Herzogenaurach es un tranquilo pueblo medieval de calles empedradas, de 24.000 habitantes, situado en la zona central de Alemania, a escasos kilómetros de Nuremberg. En una casa de esta pequeña localidad se inicia nuestra historia, la de dos hermanos que empezaron siendo socios en un prospero negocio de calzado deportivo y terminaron enfrentados por motivos personales, políticos y comerciales hasta conformar una rivalidad sin igual en la historia del deporte. De aquella lucha sin cuartel nacerían las dos mayores empresas europeas de material deportivo: Adidas y Puma.

Todo comienza en 1920 cuando el joven Adolf Dassler, un apasionado del deporte, diseña sus primeras zapatillas específicas para correr, con suela de cuero y clavos forjados a mano. La fabricación de estos primeros modelos, en colaboración con su hermano Rudolf, era totalmente artesanal y para ello utilizaban una cortadora de cuero, que funcionaba a pedales, en el lavadero de la casa de su madre.

Aquel rudimentario artilugio y sus primeros diseños dieron origen en 1924 a la fundación de la Gebrüder Dassler Schuffabrik, la fábrica de zapatos de los hermanos Dassler, que pronto se convirtió en un referente en el mundo del deporte. Durante dos décadas Adolf (conocido por sus allegados como Adi) y Rudolf trabajaron juntos. El primero era un artesano introvertido y escrupuloso, cuya máxima obsesión era fabricar el mejor calzado para los deportistas; el segundo, más extrovertido y sociable, era un excelente comercial. Tenían personalidades muy diferentes, se complementaban, y eso les llevó en un primero momento al éxito. La clave: la buena calidad en los materiales, zapatillas de resistencia extrema y, con el tiempo, modelos especializados para cada actividad deportiva.

En 1932 diseñan las primeras zapatillas de atletismo de larga distancia, con bandas de cuero clavadas en diagonal en la suela. Cuatro años después, Jesse Owens triunfa en los Juegos Olímpicos de Berlín calzando un modelo de los hermanos Dassler, de bajo corte y con clavos estratégicamente situados en la suela para ganar adherencia a la pista. Era la primera vez que se marcaba claramente la diferencia entre zapatillas de atletismo para pista y para pruebas de larga distancia. La marca de los Dassler alcanzó su mayor esplendor bajo el régimen nazi, pero ya entonces habían comenzado las diferencias entre los hermanos.



Dassler contra Dassler
Unos años antes, Adi se había casado con Käthe, una mujer fuerte e inteligente que pronto se implicó a fondo en el negocio, lo que provocaría tensiones y algunos enfrentamientos con Rudolf. Sin embargo, fue durante la II Guerra Mundial cuando el distanciamiento sería definitivo. Por orden del III Reich, la fábrica familiar se reconvierte en un taller de tanques y repuestos de lanzamisiles, y Adi se libra de empuñar las armas para hacerse cargo del reconvertido negocio, mientras que Rudolf –convencido de la causa nazi- es enviado al frente en Polonia. Esta diferencia de trato causó un gran malestar al hermano mayor.

Años después, cuando los aliados liberan Herzogenaurach, Rudolf es encarcelado durante un año acusado de pertenecer al servicio de inteligencia de las SS; siempre culpó a su hermano de haberle traicionado. Entonces la ruptura ya era definitiva y absolutamente irreversible. El odio entre ellos era tan fuerte que resultaba del todo imposible que pudieran volver a trabajar juntos. Diferentes caracteres, diferentes ideas políticas, diferentes ambiciones empresariales... En octubre de 1948 Rudolf funda Dassler Puma a un lado del río Aurach; Adi mantuvo las instalaciones originales de la fábrica pero rebautizó su empresa. El 18 de agosto de 1949 registra legalmente el nombre de Adidas, que surge del diminutivo de su nombre (Adi), más la primera sílaba de su apellido (Das).

Con los años, ambas empresas se han convertido en dos colosos empresariales mundialmente reconocidos, y han calzado y vestido a las mayores estrellas del deporte: Adidas a Bob Beamon, Cassius Clay, Dick Fosbury, Beckenbauer, Tim Duncan, Beckham o Messi, entre otros muchos; Puma a Pelé, Guillermo Vilas, Maradona, Boris Becker o Usain Bolt. Adidas –que sigue teniendo su sede central en las afueras de Herzogenaurach, en una antigua base militar- da trabajo en la actualidad a 29.000 personas en todo el mundo (contando también a Reebok y Taylor Made, las otras dos empresas del grupo) y tuvo unos ingresos en 2009 de 10.350 millones de euros. Puma, por su parte, cuenta con 9.200 empleados y facturó 2.460 millones de euros el pasado año.



Un pueblo dividido en dos
Pero volvamos a finales de la década de los 40. El enfrentamiento de los Dassler fue también el enfrentamiento de todo un pueblo. A partir de entonces Herzogenaurach quedó dividido en dos bandos hasta extremos realmente grotescos; el río Aurach hacía de frontera entre ambos. Esta localidad llegó a ser conocida como “la ciudad de los cuellos doblados” ya que era costumbre entre la gente doblar la cabeza para ver qué calzado llevaba su contertulio antes de iniciar una conversación.

Casi todo el pueblo tenía relación directa, de una u otra forma, con una de las dos marcas. Así, los trabajadores y fieles de una iban a distintas tiendas y bares que los de la otra, y los hijos de unos no iban a las mismas escuelas ni jugaban con los de los otros. También se fundaron dos clubes de fútbol, cada uno con su propio estadio, separados por unos centenares de metros: el RVS, auspiciado por Adidas, y el FC Herzogenaurach, patrocinado por Puma. En definitiva, o eras Adidas o eras Puma, en una especie de “apartheid” pedestre.

Hay que reconocer, sin embargo, que la marca de las tres bandas, como se conoce a Adidas, siempre llevó ventaja si hablamos de números, ventas y facturaciones. En la década de los 50 y los 60 fue pionera en muchos aspectos del marketing deportivo, y todo gracias a las novedosas ideas que introdujo en la compañía Horst Dassler, el hijo de Adolf. En los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956 regaló zapatillas de su marca a un buen número de atletas, que a partir de entonces empezaron a calzarlas. En la actualidad esto es algo muy habitual –incluso pagar altas sumas de dinero a las estrellas por calzar determinados modelos-, pero en aquella época, en la que la mayoría de los atletas debían pagar su propio material y muchos corrían toda la temporada con el mismo par de zapatillas, fue toda una revolución.

Esta novedosa técnica de promoción, unida a la calidad del calzado de Adidas, les garantizó durante años una posición dominante en el mundo del atletismo. Horst Dassler, muy carismático y todo un emprendedor, relanzó definitivamente la marca: firmó pactos con numerosas federaciones, llegó a acuerdos con las mayores estrellas, vendió los eventos deportivos más importantes a grandes multinacionales… Muchos le consideran el padre del marketing deportivo tal como lo entendemos hoy en día.




El pacto de Pelé
Ni siquiera con los herederos al mando acabaron los enfrentamientos y traiciones entre ambas compañías. Uno de los episodios más rocambolescos sucedió con motivo del Mundial de futbol de México 1970 y tuvo a Pelé como protagonista. Pocos meses antes del campeonato, Horst y Armin -hijos de Adi y Rudolf y herederos de ambos imperios-, sellaron el llamado “pacto de Pelé”, según el cual ninguna de las dos empresas haría oferta alguna al futbolista para no entrar en una guerra de precios que no les interesaba. Pero como entre enemigos los pactos están para no cumplirlos, Armin viajó pocos días después al domicilio del astro brasileño para hacerle una oferta irrechazable: vestiría de Puma a partir de dicho Mundial, y durante cuatro años, a cambio de 125.000 dólares más una comisión del 10% sobre las ventas de las botas que llevarían su nombre.

Además, acordaron con el jugador escenificar un golpe de efecto para promocionar sus productos. En uno de sus partidos del Mundial, justo antes del saque inicial, le pediría al árbitro permiso para atarse una de las botas que, casualmente, estaría desabrochada. Entonces el astro brasileño se arrodillaría y se las ataría muy lentamente, de manera que durante unos segundos el primer plano de sus personalizadas Puma King ocuparía las pantallas de millones de hogares en todo el mundo. Para Adidas, fue una traición imperdonable y juraron no volver a firmar acuerdo alguno con sus odiados enemigos de sangre.

Durante décadas, la disputa de los Dassler resultó ser una especie de motor para el funcionamiento y desarrollo de la industria del material deportivo. Pero el odio que se profesaron –ellos y sus descendientes- llegó hasta extremos casi inhumanos. Cuando el 6 de septiembre de 1976 fallecía el fundador de Puma, desde la empresa rival se limitaron a emitir la siguiente nota: “Por razones de piedad humana, la familia Adolf Dassler no hará comentario alguno sobre la muerte de Rudolf Dassler”. Cuatro años después fallecía Adi, y su tumba se colocó en el cementerio de Herzogenaurach lo más lejos posible de la de su odiado hermano. Tan separados en muerte como lo estuvieron en vida.

En la actualidad la guerra entre estas dos marcas rivales es historia. En las últimas décadas –y tras diversos avatares económicos y empresariales- ambas compañías han roto lazos con los herederos de sus fundadores, para llevar a cabo una gestión más profesionalizada, alejada totalmente de aquellas disputas personales. Resulta curioso saber, sin embargo, que el único miembro de la saga que continua ligado a alguna de las dos empresas es Frank Dassler, nieto del fundador de Puma… quien trabaja para Adidas. Como reza el lema de la marca de las tres bandas, impossible is nothing.

Leer más...

lunes, 7 de junio de 2010

Raymond Lewis: la leyenda fantasma

Continúa siendo una leyenda entre los más entendidos del baloncesto aunque jamás disputara un solo partido como profesional. Era un anotador compulsivo, un superclase de este deporte, pero su vida acabó siendo una gran tragedia. Esta es la historia de lo que pudo haber sido y no fue, la historia de un talento descomunal malogrado por un carácter extraño, un cúmulo de decisiones equivocadas, incomprensiones y un misterioso boicot deportivo. Es, en definitiva, la cruel historia de Raymond The Phantom Lewis (1952-2001).


Fue objeto de artículos en revistas especializadas como Sport Illustrated, Slam, Bounce o Reverse, y en los más prestigiosos diarios deportivos norteamericanos. Y es que nuestro protagonista llegó a ser considerado uno de los más grandes jugadores de baloncesto que jamás haya existido. “En Los Ángeles es una leyenda. Si dices Raymond a alguien que sepa un poco de baloncesto te responderá inmediatamente Lewis. Si le dices Lewis, te responderá Raymond”, manifestó en 1978 a la revista Sports Illustrated Bob Hopkins, entonces entrenador asistente de los New York Knicks. Raymond Lewis fraguó su leyenda a base de actuaciones descomunales; sin embargo, nunca llegó a jugar en la NBA y murió a los 48 años de edad, sólo, enfermo (con una pierna amputada) y en la más absoluta de las miserias.

“Ha sido, probablemente, el mejor jugador que nunca jugó en la NBA -dijo en una ocasión Donny Daniels, compañero suyo en Verbum Dei y entrenador asistente de UCLA años después-. Era impresionante, un adelantado a su tiempo. Lo que Isaiah Thomas hacía y lo que ahora hacen Iverson o Marbury, ya lo estaba haciendo Lewis en los años 70”. Lorenzo Romar, jugador de los Golden State Warriors durante cuatro años, tuvo que defender a profesionales de la talla de World B. Free, Sidney Moncrief o Isaiah Thomas: “Pero Raymond era más difícil de parar que cualquiera de ellos. Todos los que le han visto coinciden en decir que hubiera sido un gran jugador de la NBA. Es realmente triste que nunca llegara a serlo”.

Quienes le vieron jugar no pueden olvidar su talento. Su manejo de balón era prodigioso (cuentan que era imposible quitárselo de las manos); su gama de tiros, ilimitada; sus lanzamientos a canasta, indefendibles. Además, era muy rápido –algo de lo que se aprovechaba en sus frecuentes cambios de dirección- y de una agilidad felina. Era, sencillamente, una máquina de anotar. “Nunca vi a nadie jugar el uno contra uno como lo hacía él. Nunca vi a nadie que pudiera pararle ni detener sus penetraciones. Fue el mejor jugador de baloncesto que jamás haya visto”, escribiría en 2005 el prestigioso entrenador universitario Jerry Tarkanian en su libro Runnin´ Rebel.

Una máquina de anotar
Nacido el 3 de septiembre de 1952 en Los Ángeles, su infancia quedó marcada por los graves disturbios raciales ocurridos en agosto de 1965 en el deprimido distrito de Watts, en el que malvivía con su familia, y que se saldaron tras seis días de batalla con 34 muertos, casi todos de raza negra. Entonces Raymond era un chiquillo de 12 años que quedó impactado para siempre por tanta violencia desatada, por la crueldad de la policía, por la sangre y los negros cadáveres tirados por las calles… A partir de entonces, su gran objetivo fue salir cuanto antes de la miseria del guetto de Watts. Lewis, un chico introvertido, se refugió más todavía en el baloncesto, deporte para el que mostraba un asombroso talento. Jugaba interminables uno contra uno con su hermano mayor en una improvisada canasta, construida con un neumático de camión colgado con cuerdas a la pared. Como ocurriera con otros grandes jugadores, su afán de superación y su carácter se forjó a base de derrotas contra un hermano de mayor edad. Cuando fue capaz de ganarle por primera vez, supo que ya nadie podría pararle.

Al ingresar en el Instituto, y gracias a sus habilidades con el balón, era ya una celebridad en Watts. “Ningún tío que haya jugado a esto fue tan bueno como Raymond. Cuando le veías con el balón parecía como si él midiera nueve pies y el resto tan sólo dos”, señalaría años después su gran amigo Dwight Slaughter. Entre 1969 y 1971 conduce a Verbum Dei a tres títulos consecutivos de la CIF (Federación Interescolar de California), logrando un récord global de 84-4 y siendo nombrado jugador del año en dos ocasiones. Es la gran estrella de su high school y del baloncesto escolar en la región, por lo que más de 200 universidades, incluidas algunas de las más prestigiosas del país, le ofrecen becas para incorporarle a sus filas. Jerry Tarkanian, entonces entrenador en Long Beach State, fue uno de los que más empeño puso en contar con sus servicios: “Puedes coger a los cinco mejores jugadores defensivos de la NBA que no podrían parar a este chico”, dijo entonces fascinado por su juego. Sin embargo, Lewis rechaza a Tarkanian y se decanta finalmente –parece ser que con algún regalo de por medio, algo ilegal en el baloncesto universitario- por Los Angeles State, también conocida como Cal State o CSLA.

Su llegada al baloncesto universitario supuso toda una revolución. Ya en su primer año pulveriza todo tipo de registros, finalizando la temporada con un promedio anotador de 38,9 puntos por partido y un 60% de acierto en los tiros, algo espectacular para un escolta/alero de 1,85 metros que raramente pisa la pintura. Lideró con 41 puntos (19 de 23 en tiros de campo) la sorprendente victoria de su equipo ante la todopoderosa UCLA, que llevaba 26 victorias consecutivas. Pero el punto más álgido de su hazaña lo protagoniza meses después cuando en dos partidos consecutivos es capaz de anotar 50 puntos contra San Diego State y 73 contra UC Santa Barbara. Aquel día su equipo ganó 103-88 y Lewis firmó números de otra galaxia: 30 de 40 tiros de campo (75%) más 13 tiros libres sin fallo. Hay que recordar que entonces no existían las canastas de 3 puntos.

En su segundo año en CSLA baja un poco sus registros aunque se sigue mostrando como un anotador compulsivo. Finaliza como segundo máximo encestador de la competición promediando 32,9 puntos, a los que añade 4,9 asistencias por partido, y protagoniza uno de los momentos estelares de la temporada al firmar 53 puntos en el triunfo de su equipo ante la todopoderosa Long Beach State de Tarkanian. La NCAA pronto se le quedó pequeña.

Un error tras otro
Desde su época en el instituto, Raymond Lewis sólo tiene en mente llegar a la NBA y empezar a ganar dinero. Por eso, el paso por la Universidad es para él un mero trámite, una necesaria parada en el camino antes de llegar a donde realmente pretende: el baloncesto profesional. Estudiante mediocre y de carácter en ocasiones conflictivo, tenía muy claro que aprovecharía la primera ocasión que le surgiera para dar el salto a la mejor liga del mundo; y la ocasión llegó en el verano de 1973 gracias a la hardship clause. Dos años antes la NBA había instaurado el llamado hardship draft, una excepción al draft tradicional que permitía que jugadores no graduados con dificultades en los estudios pudieran declararse elegibles para ingresar en la liga profesional. Las franquicias NBA recelaban –por su supuesta conflictividad- de los jugadores que engrosaban esta “lista maldita”, pero Lewis estaba tan convencido de sus posibilidades que prefirió apuntarse entonces vía hardship draft antes que intentar agotar su periodo universitario y garantizarse un mejor puesto en la elección.

Philadelphia 76ers venía de una temporada vergonzante, en la que firmarían el peor récord de la historia de la NBA (9-73), y contaban con la primera y la última elección de la primera ronda de aquel draft (puestos 1 y 18). Su primera elección fue Doug Collins, escolta All-American, integrante del equipo olímpico en Munich´72 y estudiante ejemplar, que venía de promediar 29,1 puntos en sus tres temporadas en Illinois State. Sorprendentemente Raymond Lewis, el mayor talento puro de aquel draft del 73, estaba todavía libre cuando le tocó hacer a Philadelphia su segunda elección. Un cierto desconocimiento de su verdadero potencial deportivo y, sobre todo, las dudas que generaba su carácter, hacen que 17 franquicias obvien a Lewis, quien resulta elegido por los Sixers en el puesto 18. Ningún jugador apuntado a la hardship había alcanzado antes una elección tan alta; sin embargo, aquel puesto supone una enorme decepción para él. Herido en su orgullo, juró demostrar a todas aquellas franquicias que se habían equivocado.

Solitario, desconfiado, impulsivo, visceral y con tan sólo 20 años de edad, Raymond Lewis encadenó en los siguientes días una terrible secuencia de errores que marcarían para siempre su vida. No tenía agente (no le gustaba esta figura ni se fiaba de ninguno), así que sin ningún tipo de asesoramiento firmaría lo que creyó ser un contrato garantizado de 450.000 dólares por tres años. Pronto descubrió que no era así y que sólo tenía garantizados 50.000, 55.000 y 60.000 dólares para cada una de sus tres temporadas; el resto eran bonus y cantidades no garantizadas que dependían de condiciones futuras.

Al tiempo, habían comenzado los training-camp de los Sixers y Lewis, literalmente, se salió. Humilla a Doug Collins en los pocos entrenamientos de pretemporada que comparten, llegando a anotar 60 puntos contra él… ¡en la primera mitad de uno de esos partidillos! El entrenador, Gene Shue, tuvo que suspender el partido para que el número 1 del draft no se sintiera más avergonzado por Lewis. Poco después, endosaría 52 puntos a un equipo de jugadores suplentes y rookies de Los Angeles Lakers. Los medios de comunicación de Philadelphia, entusiasmados, se dan cuenta de que su potencial es muy superior al de Collins. “Raymond Lewis podría ser la mejor elección que Philadelphia ha hecho desde Billy Cunningham”, escribiría un periodista local. Y en contra de lo que toda lógica indicaría, en este momento empezaron los problemas para nuestro protagonista, demasiado obsesionado con el dinero y, al mismo tiempo, sin los conocimientos ni la diplomacia necesarios para saber moverse en el complicado mundo de los negocios.

Boicot y listas negras
Habiendo demostrado ser más determinante que Collins, no aceptaba que le ofrecieran un salario muy inferior y, sintiéndose engañado, forzó al máximo para renegociar lo firmado, algo a lo que se negaron los directivos de la franquicia, muy molestos con las exigencias y la actitud desafiante del jugador. Lewis empezó a ausentarse de algunos entrenamientos y fue inmediatamente expulsado del training camp de los Sixers y suspendido de empleo y sueldo para toda aquella temporada 1973-74. Airado, regresa a su casa de Watts, donde se encierra deprimido. Pero la venganza del equipo de Philadelphia no acabaría ahí, ya que ante su “espantada” deciden suspenderle definitivamente por cada uno de los tres años que tenía firmados. En el otoño de 1974, Lewis entrena con los Utah Stars de la liga ABA, equipo que se muestra muy interesado en contar con sus servicios. Sin embargo, los Sixers notifican a los Stars que corrían el riesgo de una demanda si firmaban a un jugador que aún tenía contrato con ellos. Según le dijeron, durante tres años no jugaría con ningún equipo profesional.

En 1975 se produce un cambio de manager general en los Philadelphia 76ers, quienes intentan recuperar a Raymond Lewis para el equipo. Pero el odio hacia la franquicia anidaba ya en el corazón de The Phantom (sobrenombre con el que se le empezó a conocer en esta época), quien ciego de orgullo volvió a rechazar la nueva oferta por considerarla una limosna. Durante estos años Lewis seguiría combatiendo sus frustraciones a través del baloncesto, aunque muy alejado de los focos, el dinero y el glamour de las ligas profesionales. Entonces no hubo parque, escuela de secundaria, universidad de California o Liga de Verano que no fuera testigo de su talento y voracidad anotadora. En aquella época se convirtió en toda una leyenda del playground (baloncesto en la calle).

A partir del verano de 1976, libre ya de su compromiso contractual con los Sixers, estaría a prueba en varios equipos de la NBA, siempre con promedios de anotación espectaculares, por encima incluso de los 50 puntos por partido, y siempre dando muestras de un talento inigualable. Pero, todo un misterio, jamás llegó a firmar por ningún equipo. En algunas ocasiones, ni siquiera llegaba a recibir oferta alguna; en otras, las menos (por ejemplo, los San Diego Clippers en 1978), eran ofertas por la cantidad mínima que marcaba la liga, algo que Raymond consideraba un insulto a su talento. De repente, el teléfono dejó de sonar, las oportunidades dejaron de llegar; simplemente, dejó de existir para todos los equipos de la liga. Pronto comprendió que había sido vetado y que sus oportunidades de ser un profesional del baloncesto se habían esfumado para siempre. Oficialmente nadie lo reconocerá jamás, pero son muchos quienes piensan que el nombre de Raymond Lewis pasó a formar parte de alguna lista negra.

En 1995 el periodista Paul Feinberg escribió para la revista especializada Slam un completo artículo sobre su figura, que volverían a publicar, ampliado, en 2003, poco después de su muerte. En esta reedición Feinberg escribía lo siguiente: “¿Existía realmente esa lista negra? Tengo mis dudas, pero donde no me cabe ni una sola es que en efecto Ray Lewis fue vetado. Fue vetado por todos aquellos tipos con quienes se encontró y no hicieron justicia deportiva a su rendimiento, por todos aquellos entrenadores que le explotaron sabiendo que no le iban a ayudar lo más mínimo, por un equipo que le prohibió renegociar simplemente su contrato cuando el chico apenas contaba 20 años y ninguna formación real. Por todos aquellos que sabiendo que venía de un ghetto remoto actuaron de forma sucia y arrogante con él. Lewis sí tiene parte de responsabilidad en lo que le pasó, pero no toda”.

Leyenda del playground
Pese a todo, The Phantom siguió jugando porque el baloncesto era su vida. De esta época se cuentan innumerables hazañas suyas: que en 1981 promedió 54 puntos por partido en la muy respetada Los Angeles Summer Pro League, liga de verano en la que participaban numerosos jugadores de la NBA; que en 1983 anotó 81 puntos en uno de estos enfrentamientos; que en un solo día llegó a disputar 30 partidos callejeros de uno contra uno en Los Ángeles, algunos contra jugadores NBA, ganándolos todos… Incluso años después Michael Cooper -el gran especialista defensivo de los Lakers del showtime- reconocería en una entrevista que Lewis llegó a anotar contra él 56 puntos… en tan sólo tres cuartos de partido en una liga de verano.

Todos estos datos no hicieron más que agrandar su leyenda. La leyenda de un hombre que nunca supo encauzar su carrera profesional por el buen camino y que, poco después, iniciaría su particular caída a los infiernos, acelerada por el alcohol y las drogas. Raymond Lewis malvivió durante años, sin dinero y sin trabajo, en la humilde casa de Watts en la que se había criado. A finales del año 2000 contrae una grave infección en su pierna derecha y los médicos le advierten que para salvarla es necesario amputar, algo a lo que en principio se niega. Lo único que le mantenía vivo era el baloncesto, y sin una pierna no podría seguir jugando. Tanto se resiste que para cuando se deja intervenir ya es demasiado tarde; falleció el 11 de febrero de 2001 a consecuencia de aquella infección.

Con un poco de suerte, con un poco de cabeza, la historia de The Phantom hubiese sido bien diferente. Una disputa contractual y un cúmulo de decisiones equivocadas impidió a los amantes del baloncesto verle jugar en la mejor liga profesional del mundo. Sin embargo, el recuerdo del más grande tirador que haya salido de las calles de Los Ángeles continua vivo. Quienes alguna vez le vieron desplegar toda su magia sobre una cancha de baloncesto jamás podrán olvidarlo.


Leer más...